Hace muchos años, en un pequeño pueblo, existía un cementerio antiguo que estaba rodeado de una densa niebla. Era un lugar muy temido por la gente del pueblo, ya que se decía que los espíritus de los difuntos que yacían allí, aún no habían encontrado la paz.
Cada noche, los aldeanos podían escuchar ruidos extraños y gritos desgarradores provenientes del cementerio. Muchos decían haber visto sombras y figuras espectrales que se movían entre las tumbas.
Un joven llamado Samuel, siempre había sentido curiosidad por el cementerio y decidió investigar de noche. Con su linterna en mano, Samuel comenzó a caminar entre las tumbas. A medida que se adentraba, la niebla se volvía cada vez más espesa, y la temperatura caía bruscamente.
De repente, una figura fantasmagórica apareció frente a él. Era una mujer vestida de blanco, con un rostro pálido y vacío. Samuel se quedó paralizado de terror, pero la figura comenzó a acercarse a él, con una mirada amenazante.
Sin saber cómo reaccionar, Samuel dio media vuelta y comenzó a correr. Sin embargo, la figura lo seguía, susurrando su nombre. Samuel no podía respirar, su corazón latía con fuerza y su mente estaba llena de pánico.
Finalmente, logró salir del cementerio y regresó a su casa, temblando y sudoroso. A partir de esa noche, Samuel evitó acercarse al cementerio y contó su experiencia a todos los aldeanos, advirtiéndoles de no acercarse a ese lugar maldito. A partir de esa noche, el cementerio quedó abandonado y nadie se atrevió a volver, temiendo encontrarse con los espíritus que aún habitan en él.
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